Textos


PARA CONJURAR EL SILENCIO

Texto publicado en el catálogo de la exposición en-caja.










Como Alejandra Pizarnik afirmara, la poesía es el lugar donde todo sucede. Esto puede ser también aplicable a la pintura, a la fotografía, a la forma tridimensional, a toda imagen presentida desde lo sensitivo…a la poesía que para mí es el sentir que aglutina todas esta propuestas.

Aunque diría también: la poesía es el lugar donde todo ha sucedido: presente y memoria; Instante y eternidad.

Y desde allí las cosas inexplicables, las amadas, las dolorosas, lo que no se puede nombrar, lo contradictorio, lo presentido, lo sordo. Desde allí la mirada de quien no puede existir sino dividida, sin lo que es mientras respire o se quede.

He de hablar de la pintura y de la poesía como un solo lugar: el silencio. Esto aunque no parece mucho amalgama un universo completo: el silencio es cualquier palabra posible o imposible. Es el principio de cualquier sonido, de cualquier gesto desesperado, es el color invadiendo el blanco, todavía sin ser espacio ni realidad, luz de día o noche cerrada. Es el amor. Es la ausencia. Es la memoria.

Vuelvo a ese lugar silencioso como quien regresa a casa. Es un lugar conocido, familiar, donde permanecen aún las cosas amadas, el silencio conjurando rituales de intimidad, el olor de los recuerdo impregnando cada estancia, cada hoja, el color exacto en el que se aloja la complejidad del cielo, las palabras que durante mucho tiempo he buscado con devoción, las palabras sordas de los muros animal hambriento, espacio callado y a la vez dotado de voz. Y donde también están la realidad y lo soñado: me imagino abriendo ventanas en una casa que arde, con espejos que multiplican el incendio, y flores que caen hacia arriba dejando tras de sí una transparencia inmensa. Yo veo paredes blancas que me rodean hondamente inquietas, y el espacio otra vez mudo en el que caen palabras imposibles e imágenes ancestrales.

Me interesa lo que se esconde detrás de la realidad, y que obliga, por contundencia y belleza a un compromiso con lo vivo. Hablar de las emociones que poco a poco van trasfigurando lo real e inamovible, en otra cosa…

Y así, atendiendo a la inmensidad compleja que me rodea, me convierto en silencio y comienzo a amarlo: con la palabra deshojar las resonancias del misterio, con el color constatar la tremenda ausencia en la que todo existe.

Hay un hueco que permanece en mi vientre como un hijo que nunca llegará a nacer.
Todo lo que el mundo me ofrece sin saberlo,  como alimento del que sobrevivo.

A veces se acumulan los pensamientos desordenados, la vida asevera con jactancia errores, que con toda seguridad volverán acometerse, y me doy cuenta una vez más de que no es sino otro juego, otra estrategia para hacerme cambiar.

Mi tierra es habitada por extraños, desconocidos con mi propia sangre, con mi mismo rostro, con mis mismos sueños.
Debo trazar un puente entre la vida y mi vida, pero un puente que no excluya la invocación, la evocación, la conjuración. Que no sea una mentira contada en mitad de la tristeza, abrazada contra la soledad, de mí a mí, por cobardía, por ausencia, por cordura.

A veces se me caen al suelo algunos huesos. Los dedos rodando por la acera, con el frío de la noche, con el sabor a ron en las pupilas, con las palabras que no terminan nunca, y una luna pintada de blanco en la escalera, colgando como una gota olvidada.

Demasiadas cosas quedan por decir cuando se habla. Se me caen las pestañas hasta dejarme los ojos desnudos.

Todo lo que pretendo es encontrar el lugar donde sea posible el silencio, con estas y aún otras resonancia. Mis armas contra el olvido, contra la muerte.

Busco y no siempre encuentro. Pero mi verdad consiste en seguir buscando, aunque no encuentre.
Busco en los espejos mi propia identidad, y los rostros acumulados tras la imagen.
Busco sobre mis edades el rastro de la identificación y la respuesta, para contar lo que me hizo, lo que me duele.
Busco en mi propio rostro sin definición, los precarios gestos que me identifican, aquello que tendré que dejar cuando muera. Busco también en él el origen y la lejana existencia de los que me recordarán, como este rostro y nada más, como este rostro tal vez pobre reflejo de muchas otras que también soy, de todas las que espero ser.
Busco la fugacidad de aquellos que no fueron nadie para mí, que aparecieron y desaparecieron sin dejar una leve huella de su imagen en mi retina.
Busco los lugares limitados, en los que se desarrolla la existencia, en las calles, en los campos, en las paredes, entre juicios, entre voces que no llegarán a entenderse, para comprometerlos con el infinito y hacerlos lugares de transformación.

Busco cada día en mis manos manchadas, el amor y la alegría.


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